Ione Robinson, pintora y fotógrafa

¿Le prestó cien mil francos Ione Robinson a Buñuel en 1938 para financiar su viaje y estancia en los Estados Unidos? No se puede descartar por completo. Si lo hizo, tan admirable es que se los pidiera como que se los diera. Si no, sólo pudo ayudarle, una vez más, como fuera, su madre y nos queda la duda de por qué se lo atribuyó a Robinson en sus recuerdos. En MUS aparece como “una americana que había hecho mucho por la República española”. Cuando la conoció, sólo tenía la intención. Con Aub, mencionó su nombre, añadiendo que era querida de Quintanilla y del secretario del Tesoro norteamericano. Lo segundo es una exageración.

Robinson y Quintanilla se conocieron en Nueva York, el 9 de julio de 1938. Dos meses más tarde, recién llegada a Europa, fue a la embajada de España para entregarle a Buñuel una carta que le había dado para él Quintanilla. Aunque la guerra estaba ya en su tramo final y los voluntarios extranjeros iban a ser retirados en breve, Robinson experimentaba en aquel momento la llamada de España, como tantos americanos desde 1936. Necesitaba un visado. Si hubiera sido hombre, dijo, habría ido como voluntario para luchar por la República. Siendo mujer y artista, lo que tenía que hacer era dibujar y mostrarlo para que el mundo se enterara de lo que estaba ocurriendo. Buñuel no estaba en la embajada, pero aquella noche, Ione y una amiga cenaron con Buñuel y este le preparó un entrevista con el segundo secretario de la embajada, Sánchez Ventura, el cual trató de disuadirla, sin éxito. A Ione, la gente que trabajaba en la embajada le pareció de otro mundo, estresada, con las caras tensas y flacas.

Se volvieron a ver, diez días después, cuando Buñuel acompañó a Quintanilla, recién regresado a Europa, a pasar un fin de semana en una casa, cerca de Fontainebleau, donde Robinson veraneaba con una amiga. En sus memorias, Robinson aporta, de pasada, un dato curioso. “En la cena, los dos españoles tuvieron una acalorada discusión sobre la guerra. Quintanilla, socialista, acusaba a los comunistas (especialmente franceses) de haber dilapidado el dinero del gobierno republicano enviado a París en publicar el diario Ce Soir. Buñuel, simpatizante comunista, se lo discutía”. Robinson siguió allí el resto de julio y la mayor parte de agosto. Luego, viajó a Ginebra. Volvió a París el 30 de agosto y el 2 de septiembre estaba en Londres camino de Escocia. De haberlo dado, el sablazo tuvo que ocurrir el 31 de agosto. Apenas se conocían. Robinson pasaba las vacaciones acogida por una amiga en mejor posición. Vivía de la pensión que le pasaba su millonario ex-marido y padre de su hija. Se disponía a viajar a Barcelona, donde faltaba de todo para todo el mundo. Más tarde, tenía que regresar a Nueva York. Son indicios que la hacen una candidata poco idónea para hacer un préstamo de 100.000 francos a un recién conocido que, además, se disponía a alejarse del conflicto en el que ella quería participar.

Antes de dirigirse hacia el sur, Robinson pasó una semana de cacería en Escocia y allí conoció a Churchill, con el que conversó a solas, aprovechando para exponerle, de pintor a pintor, se supone, sus inquietudes. Le invitó a la fiesta un amigo al que había conocido en abril en Nueva York, en casa de Condé Nast, el editor de Vogue. Este amigo era Bernard Baruch -al que se debe de referir Buñuel—, un hombre de negocios nacido en 1870, que había colaborado con Wilson durante la primera guerra mundial y volvió a hacerlo con Roosevelt en la siguiente. Robinson anduvo siempre con un pie en la bohemia y otro en la mejor sociedad de Nueva York.

Si la historia de su vida que contó en A Wall to paint on se hubiera llevado al cine, Nicole Kidman podría haber sido la actriz escogida para encarnar su personaje. En las fotografías que de ella se conservan, se da un aire, rubia, piel muy blanca, apariencia frágil, con una mirada en la que se deja adivinar capacidad para salirse con la suya, fuera lo que fuera. Nació en el estado de Oregon en 1910 y pasó la adolescencia en Los Ángeles, con sus dos hermanos y su madre, separada. Inquieta, curiosa, inconstante, frívola, sociable, emotiva, era atractiva de un modo que estimulaba el instinto de protección en hombres mayores que ella. Sin profundizar mucho, se podría relacionar con la ausencia de la figura paterna en su hogar.

El título de sus memorias, A wall to paint on, (Una pared para pintar), hace referencia a su empeño, no consumado, de pintar murales al fresco. Es difícil de resumir, pero necesario para hacerse una idea del personaje. Publicado en 1946, cuenta lo que le sucedió entre los 16 y los 29 años. Comienza cuando, siendo estudiante de Bellas Artes, salió de casa de su madre el verano de 1927, para asistir a un curso vacacional al otro lado de los Estados Unidos. Termina con una escena en el puerto de Le Havre en diciembre de 1939, donde se embarcó para volver a México. Es una colección de cartas que, primero, dirige a su madre, hasta que fallece en 1933, junto a su hermano mayor, en un accidente de automóvil. Su otro hermano, menor que ella, es el nuevo destinatario hasta que, al nacer su hija Anne, en 1935, la convierte en su confidente con la intención de que pueda leerlo cuando cumpla los dieciséis años.  En esos doce años le ocurrieron tantas cosas curiosas y conoció a tanta gente interesante que podría haber pasado el resto de su vida contándolas. Desde muy joven quiso ser pintora y el aprendizaje fue uno de sus estímulos, pero la intensidad de su vida social le robó tiempo a su arte.

Desde el campamento del curso veraniego, visitó New York un fin de semana y no regresó. Se quedó en la ciudad y se introdujo en los ambientes bohemios de Greewich Village, donde pronto conoció a todo el mundo. En 1928, hizo su primer viaje a Francia e Italia. Regresó a Nueva York pensando en su nuevo destino, México, a donde fue con una recomendación para Diego Rivera. Fueron cuatro meses intensos. Fue ayudante, modelo y amante del muralista. Cuando compartía piso con Tina Modotti, se enamoró de ella un muchacho americano, John Freeman, que leía a Proust, era corresponsal de la agencia Tass y amigo de Victorio Vidali, el futuro comandante Carlos Contreras del Quinto Regimiento. Se casó con Freeman por el rito judío en Brooklyn en noviembre de 1929. Los problemas de la pareja empezaron inmediatamente, pero resistieron juntos algo más de un año.

Volvió a México por segunda vez en la primavera de 1931. Rivera estaba ausente e, invitada por un ayudante, estuvo trabajando un mes en un fresco del Palacio Nacional. Cuando regresó, Frida le amenazó de muerte si le veía cerca de su marido, que deshizo lo que la americana había pintado en su ausencia. Siguió allí casi un año, pintando algo, conociendo a gente interesante, bohemios, hacendados y turistas, como Eisenstein o Elie Faure, teniendo experiencias indigenistas, montando a caballo, etc. Divorciada y de nuevo en los Estados Unidos, volvió a casarse en la primavera de 1933, supo de la muerte de su madre y de su hermano, se enfadó con su marido, estuvo enferma una larga temporada, volvió al hogar, quedó embarazada, dio a luz, se divorció y volvió a la vida artística de Nueva York, implicándose en los proyectos para artistas de Rossevelt.

A Luis Quintanilla, que andaba muy deprimido, le encontró poco antes de conocer a Bernard Baruch. Tenía para él muchas preguntas sobre la guerra de España y le encantó conocer a sus amigos Hemingway, Elliot Paul y Jay Allen. En julio, viajó a Francia con su hija, pensando en ir a España cuando la niña regresara a los Estados Unidos para pasar los meses anuales con su padre. El último año de los narrados en A wall to paint on ocupa un tercio del libro.  Quintanilla fue a recogerla con un coche oficial a Perpignan en el que llegaron a Barcelona el 20 de septiembre de 1938, donde empezó a dibujar y a conocer a todo el mundo: Constancia de la Mora, Álvarez del Vayo, Malraux, viejos conocidos mexicanos, etc.  Fue de visita al frente y asistió a las últimas escaramuzas en el Ebro. Allí conoció y se enamoró de Osorio Tafall, comisario general del Ejército de la República. A ella le sorprendió que hablara inglés. Osorio estaba harto de los turistas de guerra, pero hizo una excepción con ella que contribuyó a que fueran más llevaderos aquellos momentos tan duros. Siguió conociendo gente: Líster, Modesto, Cordón, Tagüeña, un jovencísimo Juan Grijalbo… Un mes muy intenso.

Volvió a París y de allí a Londres para hablar con su embajador, Joseph Kennedy, sobre la situación en España. Luego estuvo en Berlín, volvió a París y regreso a Nueva York para recoger a su hija, fue a Washington y luego a México, donde mostró sus dibujos barceloneses en la universidad y aprovechó para  retratar a los niños de Morelia. En marzo estaba de nuevo en París, movilizada a favor de los republicanos derrotados encerrados en campos del sur de Francia. Rafael Sánchez Ventura seguía allí, viviendo en un piso de la hija de Elie Faure. También Osorio Tafall, dedicado al SERE, el socorro para los refugiados republicanos. Le pidieron que levantara acta de las circunstancias en que se encontraban los refugiados y lo hizo, dibujando y tomando fotografías, siendo el suyo uno de los escasos testimonios de aquella situación tan dramática. Viajó de nuevo con Osorio a Argel, pasaron un mes en París y el 9 de septiembre tomó el barco de regreso que cierra el libro.

Robinson se casó en América con Osorio, pero éste descubrió al poco tiempo, para su sorpresa, o eso se dijo, que no era viudo como había creído. Su mujer y sus tres hijos habían quedado en Pontevedra al empezar la guerra. No se conocen los detalles de la ruptura y los pasos inmediatos de Osorio. Robinson siguió relacionándose y durante la guerra trabajó para la OSS cerca de Donovan y fue ayudante del conde Sforza, personajes cuyo perfil alargaría innecesariamente esta semblanza. Apenas se sabe nada más de su vida hasta el momento de su fallecimiento en París en 1989.

Luis Quintanilla terminó de redactar sus memorias en 1960, aunque no se publicaron hasta 2004 (Pasatiempo, la vida de un pintor). El retrato que en su libro hace de Ione Robinson es hijo del despecho, por haber estado enamorado de ella o por haber creído que ella lo había estado de él.  “Después de mi exposición en el Museo Modern Art (sic) empezó a perseguirme en Nueva York una típica y por tanto convencional “glamour girl”; alta, esbelta, rubia, ojos azules, facciones correctas, dulzonas y la sonrisa enseñando brillante dentadura; más era “glamour” que girl, pues había cumplido 28 años (él tenía entonces 45). Se dedicaba a la pintura y por un cronista de arte consiguió meterse en mi estudio y, sin él, en algo más, cosa para ella nada extraordinaria, ya que inició su vida de mujer vendiendo la virginidad a uno de esos pintores sociales, más sátiros que artistas, por una beca a Europa de la fundación donde él mangoneaba; después saltó a México a cambiar sus caricias con el muralista de facciones indias que estaba en plena boga, al admitirla de discípula; luego se unió a un judío responsable de una célula comunista, buscando el medre político, hasta que el comunista se separó de ella y el partido la expulsó harto de sus enredos; y vuelta al positivismo capitalista y a Nueva York, forzó a casarla a un retrasado mental, de familia muy rica, antes de nacer la hija que se dejó engendrar. Poco tardó la familia de él en enterarse de los precedentes de ella, obligándole a divorciarse, lo cual le entusiasmó: quedaba libre del retrasado mental y disponiendo de abundante dinero mensual de la “alimony” por la custodia de la hija, ya podía emprender su camino hacia el día de gloria soñado”. Falta lo peor: “A mí me sirvió de descongestión glandular bastante agradable, de diversión algunas veces y de observar ese ejemplar llamado ‘mujer fatal’ que todavía sólo conocía de referencias. Pronto comprendí el motivo de aproximarse a mí: quería vivir la gran aventura del momento yendo a la España republicana, ver un poco de guerra y, siguiendo mis pasos, hacer también su colección de dibujos que le darían fama singular”. Veinte años después, la herida de Luis Quintanilla seguía abierta, manando hibris.

Osorio Tafall

Se llamaba Bibiano ( y tres nombres más) Fernández Osorio Tafall, siendo este el segundo apellido de su padre. Nació en Salcedo, Pontevedra, en 1902. Se licenció en Ciencias Naturales en Madrid, donde vivió en la Residencia. Fue becario de la JAE en varios países europeos. Volvió a Pontevedra como catedrático del Instituto de Enseñanza Media, del que fue director. A pesar de su intensa vida docente y política, siempre encontró huecos para investigar en su campo, la biología marina.

Por la izquierda republicana regionalista, en 1931, fue alcalde republicano de Pontevedra, presidió su Diputación, representó a su provincia en el Congreso y tuvo cargos en el gobierno. El galleguismo le recuerda como impulsor del Estatuto de autonomía. El 18 de julio, era subsecretario de Gobernación. Cesó en septiembre y quedó como cabeza visible de Izquierda Republicana y director de su periódico, Política. Reapareció en 1938, cuando Negrín le nombró Comisario general y se convirtió en los ojos del presidente en el Ejército. Fue negrinista estricto. Tras la derrota, fue secretario del SERE, el primer servicio de ayuda a los refugiados. Dimitió en octubre, por diferencias de las que no habló, y se olvidó de la política. Su primera mujer quedó en Pontevedra, con los tres hijos habidos del matrimonio. Por lo que se dice, no supo de ella y de sus hijos durante la guerra, hasta que se enteró en Nueva York. No es muy creíble. Su madre, la señora Osorio, una mujer muy religiosa, se había ocupado de los tres niños mientras su mujer permaneció detenida.

No se sabe con exactitud cuando dejó Nueva York y se instalo en México. Se vuelve a saber de él en 1942. Ha vuelto a su profesión y enseña Bioecología en la Ciudad de México. En poco tiempo, fundó una nueva familia, pasó a ser académico y asesor del gobierno en materia pesquera, lo que le condujo a entrar en contacto con los organismos internacionales. Como mexicano se incorporó a la ONU en 1948. Cabe la posibilidad de que Gustavo Durán intercediera por él, sin disminuir su idoneidad, su capacitación y prestigio. Trabajó primero para la FAO en Chile, Indonesia y Egipto. Dejó las tareas agropecuarias por los cascos azules. En 1964 ocupó en el Congo el puesto de Gustavo Durán cuatro años antes. Tres años después, fue destinado a Chipre como delegado, donde estuvo hasta 1974. Se jubiló con el rango de subsecretario general. En los primeros años de la transición se pensó en él como un Tarradellas gallego. No lo vio claro, tras tantos años de ausencia y líos familiares de los que nunca caducan. Falleció en la Ciudad de México en 1990.